Ayer reflexionaba sobre la dinámica del fracaso en el emprendimiento para tratar de explicarme a mi mismo por qué algunas personas financian las etapas de fracaso de los startups y cómo el fracaso funciona como “selección natural” en esta fase.
Creo que la clave está en la relación entre la innovación, el fracaso/acierto y el aprendizaje (ver imagen del artículo). Me explico. Emprender requiere innovar, buscar nuevas soluciones para los problemas, y cuanto más disruptiva sea la innovación, mayor será la tasa de fracaso. Esta relación directamente proporcional está presente desde el lanzamiento de un nuevo sabor de helado hasta la incorporación de una nueva tecnología. El fracaso es positivo cuando se convierte en feedback y nos permite aprender, cuando esto no sucede el fracaso se convierte en coste económico, personal y emocional. Por lo tanto, cuanto más fracasemos más oportunidades tendremos para aprender y más perspectiva tendremos sobre el problema, lo que nos permitirá seguir innovando y refinando nuestra solución para convertirla en un negocio rentable. ¿Seguro?
Si esto funcionara realmente así, sólo sería cuestión de tiempo que un emprendedor tuviera éxito y los índices de fracaso en los primeros 3 años de vida de un startup caerían drásticamente. Desde esta aproximación, existen tres factores que lo dificultan considerablemente:
El primero es nuestra capacidad de aprender de los errores. Siempre que lee o escucho que “de los errores se aprende” mi respuesta automática es “o no”. No siempre es fácil aprender de los errores porque las consecuencias de nuestras decisiones a veces se presentan alejadas en el tiempo o en el espacio y resulta difícil conectarlas. Cuando esto sucede, solemos achacar nuestro fracaso a factores externos, sin darnos cuenta de que esta declaración lleva implícita el motivo de nuestro fracaso. Por otro lado, podemos ser conscientes de que nuestros errores proceden de nuestras decisiones, pero al tratar de solucionarlos no cuestionamos nuestras asunciones o nuestros modelos mentales que nos llevaron a decidir de la manera que lo hicimos. Si nuestras asunciones o modelos mentales no se actualizan a medida que fracasamos volveremos a cometer los mismos errores una y otra vez.
Lo segundo es que la innovación está condicionada por el límite de los recursos tanto emocionales como personales y económicos y cuanto más bajo está el límite de nuestros recursos, menos capacidad tendremos para innovar y poner nuevas soluciones en el mercado.
Hasta aquí se corresponde con el círculo de la izquierda. El bucle formado por la innovación, el fracaso y el aprendizaje es un bucle que se refuerza, es decir, que crecerá o decrecerá exponencialmente si se mantuvieran las condiciones iniciales. Cuanto mayor fuera la innovación, mayor sería el fracaso y mayor nuestra capacidad de aprender, lo que mejoraría a su vez nuestra innovación y así sucesivamente. Pero como mencioné más arriba, el límite de los recursos y el límite del aprendizaje condicionan el crecimiento de la innovación y nuestras posibilidades de éxito.
La tercera fuerza que frena nuestro éxito es nuestro propio acierto. Cuando innovamos no todo es fracaso ya que, si esto pasara, nuestros recursos se extinguirían rápidamente y nuestra aventura emprendedora habría llegado a su fin. Generalmente fracasamos en algunos aspectos de nuestra innovación, pero acertamos en otros, lo que nos ayuda a mantener nuestra moral y nuestros objetivos. Lo que suele suceder es que cuanto mayor es nuestro acierto, menor es nuestro aprendizaje ya que aumenta nuestra confianza en que los que estamos haciendo es lo correcto. Cuando aumenta nuestra sensación de seguridad y confianza en nuestras decisiones, reducimos la presión por aprender y, consecuentemente por innovar, lo que reduce los fracasos y refuerza nuestra idea de que estamos en el camino correcto. Si tenemos la fortuna de que el entorno donde operamos permanezca estable, quizás tendremos el tiempo suficiente para apalancar nuestro proyecto y conseguir un hueco en el mercado, pero, en base a los altos índices de fracaso de los startups en los primeros 3 años de vida, creo que no es lo normal.
Mi conclusión es que para emprender, sería de gran ayuda ser consciente de esta dinámica, porque antes de invertir un solo euro en lanzar y testar nuestras ideas, podríamos desarrollar nuestra capacidad para aprender y cuestionar nuestros modelos mentales, así como para monitorizar el fracaso de manera que pudiéramos optimizar el valioso feedback que contiene y, por otra parte, podríamos establecer criterios objetivos para no quedar hipnotizados por nuestros propios aciertos y no perder la tracción de la innovación continua que nos permita seguir las oportunidades y amenazas del mercado.